Entre erizos y cangrejos

¡Capitán! ¡Capitán! ¡Nos hundimos! El barco parecía una cascarita de nuez moviéndose sin parar hacia todos lados, el viento muy fuerte se convirtió en una terrible tempestad. Con voz fuerte y temible dijo el capitán: “Que esta pasando”, “alguien en este lugar no esta comportándose correctamente, lo primero que van a hacer es aliviar el peso del barco, luego investigare a todos los que están…

Había también con Él, otros barquitos

Jesús, era aquella noche el gran Almirante del mar, y su presencia preservó a todo el convoy. Es bueno navegar con Jesús, aunque sea en un barquito. Cuando navegamos en compañía de Jesús, no podemos estar seguros de contar con buen tiempo, pues, grandes tormentas pueden sacudir el barco que lleva al Señor mismo; ni tampoco debemos esperar que el mar se halle menos borrascoso…

La roca inamovible

Después de un naufragio en una terrible tempestad, un marino pudo llegar a una pequeña roca y escalarla, y allí permaneció durante muchas horas.

Cuando al fin pudo ser rescatado, un amigo suyo le preguntó:–¿No temblabas de espanto por estar tantas horas en tan precaria situación, amigo mío?.–Sí –contestó el náufrago–, la verdad es que temblaba mucho; pero… ¡la roca no…! Y esto fue lo que me salvó.

Salmos 18:2 Roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; Mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio.

La Tempestad.

Un hombre sencillo vivía en la costa. No había nada que le gustaba más que navegar. Cada minuto libre lo aprovechaba para salir al mar. Tenía buenos conocimientos acerca de viento y tiempo, nudos y pesca.
Un día llevó consigo a su hijo de 10 años y a su amigo de la misma edad a navegar. Habiendo un tiempo fantástico salieron al mar. Repentinamente se alzó un fuerte temporal, embistiendo violentamente contra el velero.