La zarza

No era jazmines ni orquídeas, tampoco una perfumada rosa, no era un almendro en flor, tampoco un olivo lleno de frutos, ni siquiera alguna planta aromática como el tomillo o romero.

Allí estaba en medio del desierto, había crecido desprotegida, los fuertes calores la abrazaban, el viento la sacudía con fuerza, los crudos inviernos la cubrían con un manto de nieve, si ella pudiera hablar nos diría así: ¡Que aislada estoy de la sociedad! no crecí en el palacio del rey para que me cuidaran, nunca he pasado por las manos de un experto jardinero para que me hermosee.

Si no tienes nada que dar, por lo menos da aliento.

Un atleta participaba en una maratón, lejos de su país de origen y sin nadie de su familia que le acompañara. Estaba fatigado, sentía que sus últimas fuerzas solo le permitirían avanzar unos pasos más; de repente, escuchó varias voces que le gritaban: ¡Animo! ¡Adelante! ¡Bravo! seguido de varios aplausos.

El sintió que una fuerza extraña se apoderaba de si, y arremetió los últimos metros que le faltaban ganando así la carrera.