La historia de un himno que no te dejará indiferente

Laurie se sentía vacía y agotada. Tenía 24 años, estaba casada, era la madre de un bebé que apenas estaba comenzando a caminar, y vivía en una casa rodante en las elevadas regiones desérticas del centro de Oregón.

Su esposo, un estudiante universitario a tiempo completo, estaba ocupado con sus labores estudiantiles. El ingreso familiar era mínimo. No tenían una iglesia por su casa ni amigos cercanos a ellos. Lo que es más, Laurie no manejaba automóvil. Así que estaba pegada a la casa. No era posible llamar a alguien porque tendría que haber sido una llamada de larga distancia. El costo los dejaría a ella y a Bill sin leche o pan en las semanas siguientes. «En ese momento sentía en lo más vivo la pobreza de mi propia vida, tanto emocional como físicamente» —dice Laurie.

Una mañana temprano, durante su tiempo con el Señor, Laurie derramó su corazón delante de Dios. «Sabía que no tenía nada que ofrecerle. Así que le pregunté si le gustaría escucharme cantar —si tan sólo podía darme algo que a Él le dieran ganas de escuchar.»

Salvado por un himno.

Un grupo de turistas de los estados del norte de los Estados Unidos formaba parte de un gran número reunido en el muelle de un vapor de excursiones que iba a recorrer el histórico río Potomac una hermosa noche del verano de 1881. Un caballero había estado entreteniendo al grupo con una selección de los himnos que más les gustaban. El último del que habló fue “Jesus, lover of my soul”.