Habían dos hermanos gemelos, tan parecidos uno con el otro, que era difícil diferenciarlos. Sin embargo, en una cosa ellos eran completamente distintos, Juan era cristiano y amaba a Jesús, pero su hermano Jorge vivía en el mundo de los pecados. No quería saber nada de Dios.
Cierto noche, Juan estaba en su casa estudiando la Biblia, cuando de pronto vino Jorge con su ropa llena de sangre. En una pelea en el bar había matado a una persona.
“Juan, ¿qué debo hacer? La policía pronto estará aquí y yo seré juzgado por el crimen”. “Deja tu ropa en esta pieza y escóndete en la otra pieza”, respondió Juan.
Cuando la policía llegó, Juan ya estaba vestido con la ropa de su hermano, llena de sangre. Prendieron al inocente y lo llevaron a juicio. Juan no se defendió, aceptó el juicio que determinó la pena máxima, la pena de muerte.
Antes de ser ejecutado, escribió una carta a su hermano diciendo: Jorge, yo voy a morir por tu crimen. Acepta este sacrificio de mi vida y vive por mí”.
Cuando el hermano recibió la carta lloró desesperadamente y corrió hacia el presidio gritando: “Yo soy el culpable, mi hermano es inocente. No lo maten”. Jorge se presentó ante el juez, sin embargo, ya era demasiado tarde: Juan ya había muerto. El juez le dijo: “Usted está libre. Su hermano pagó por su culpa; pagó el crimen con su vida. Su muerte significa libertad para usted”.
Ese es el amor de Jesús, Juan 3:16 “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que envió a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. ¿Existe mayor amor que ese?
Tomado de «El Mensajero»