Cierto predicador enseñaba y distribuía la Biblia entre quienes deseaban conocerla.
Un día visitó a una familia compuesta por la madre, un hijo varón y María, una chica ciega de 18 años de edad. Especialmente, ésta fue conmovida al conocer la historia de Jesús y su muerte de amor en favor de nuestra salvación.
A partir de entonces, un gran deseo se posesionó del corazón de María: quería ver, para poder leer las hermosas Palabras de Jesús. Y al poco tiempo comenzó a tomar clases para aprender el sistema Braille, a fin de leer sobre la misma la Biblia.
Pero ¡pobre María! Con motivo de su trabajo de fabricar artículos de esterilla, había perdido la necesaria sensibilidad de sus dedos para captar los puntos en relieve de la escritura Braille.
Se esforzó tenazmente, pero sin resultado. Hasta llegó a cortarse las callosidades de sus dedos, con la idea de recuperar su sensibilidad perdida. Pero a veces se cortaba y sus dedos sangraban.
Todo intento fue en vano. Y para peor, ella necesitaba seguir trabajando. Un día junto a su cama, María se puso a orar para que Dios la bendijera y no quedara en oscuridad espiritual.
Sobre la cama tenía abierto uno de los tomos de la Biblia en Braille. Y en un momento de su oración bajó tanto su cabeza, que sus labios tocaron la Biblia abierta.
Entonces se produjo la maravilla. ¡Lo que María no podía leer con sus dedos, comprobó que podía leerlo con la sensibilidad de sus labios! Y luego exclamó «¿No es hermoso besar las dulces palabras de Dios a medida que las voy leyendo?».
Si una muchacha como María, con el serio impedimento de su ceguera, tuvo tantas ansias de leer la Palabra de Dios, ¿qué menos deberíamos anhelar los que tenemos la vista sana? ¿No nos da ella un ejemplo digno de ser imitado?