Sonríe en la iglesia

Mi esposa y yo visitamos una iglesia en otra ciudad no hace mucho tiempo. Cuando regresábamos a casa, ella me preguntó: «¿Notaste algo raro en las personas de esa iglesia?» Yo la verdad no noté nada, por lo que ella me explicó: «Nadie sonreía.» Al pensar en ello estuve de acuerdo. La música y el mensaje estaban más bien saturados de un tono sombrío de seriedad. Hasta en el vestíbulo, después del culto, había un silencio inusual.

Esa experiencia me recordó una columna de periódico que escribió una periodista hace algunos años. Ella contó que una vez se encontraba sentada en una iglesia unas cuantas filas detrás de un niño y su madre. El niño miraba hacia atrás por encima del banco y le sonreía a todo el que estaba detrás de él. Y la gente a su vez le sonreía a él. De pronto su madre se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Le volteó la cabeza al niño y le dijo en una voz que se podía oír: «¡Deja de sonreír. Estás en la iglesia!»

Si hay alguien que tiene derecho a estar gozoso son los creyentes en Cristo (1 P. 1:3-8). Él murió por nosotros, perdonó nuestros pecados, nos envió a su Espíritu Santo, y camina con nosotros a diario. Siempre que nos reunamos debemos regocijarnos en esas verdades.

Si estamos experimentando la gracia de Cristo día a día tenemos razón para sonreír: sobre todo en la iglesia.

«Alegraos, OH justos, en Jehová . . « (Sal. 33:1).

EL GOZO VIENE DEL SEÑOR QUE VIVE EN NOSOTROS,
NO DE LO QUE SUCEDE A NUESTRO ALREDEDOR.