¡Dios te ama!

amorUna señora alegre devota de la moda, el placer y las fiestas, se encontraba un día algo indispuesta, y estaba en cama cuando sus hermanos entraron llenos de risas, y dijeron:
-“ ¿Sabes la última noticia?”-
-“No. ¿Qué pasa?”.
-“Acaba de llegar a la población un loco, que predica lo que llama el Evangelio. Es la cosa más ridícula. Nosotros vamos a ir a oírlo”.  Al rato se fueron.

La pobre señora, recostada en su cama, comenzó a sentirse muy insatisfecha. No sabía por qué, pero experimentó un gran deseo de ir también. Llamó a su criada y le dijo:
-“Quiero que me vistas”-

La sirvienta quedó sorprendida y dijo: -“No está usted buena para levantarse”-.
-“No importa, me voy a levantar. Manda por el carro”.-
La sirvienta protestó en vano. La señora entró al carro y salió para el salón de predicación. No había más que un asiento vacío, frente a la plataforma y ella lo tomó. Al concluir el primer himno y la oración, sintió una gran reverencia.

En medio de un silencio grande, el predicador ascendió al pulpito, y se le quedó viendo como si hubiera venido un mensaje expresamente para ella. Fijando su vista en ella, como si leyera los secretos más íntimos de su corazón, exclamó con emoción:
-“¡Pobre pecadora ¡ ¡Dios te ama¡”-

Al contar la historia, después dijo:
“No sé que más habló el predicador aquel día. No dudo que explicó con claridad el Evangelio, pero creo que yo no lo oí. Parecía que se me rompió el corazón de los sollozos que me salían sin poderlo explicar. Allí sentada paso ante mi mente el cuadro de mi vida entera, vida sin Dios y sin Su amor, vida en que había procurado sólo el placer, el mundo, la vanidad, el pecado. La voz siguió que no podía oír otra cosa que :
-¡Pobre pecadora¡ ¡Dios te ama¡”-

“ Como salí del salón, no sé, pero entre poco tiempo me vi en mi aposento, arrodillada y bañada en lágrimas. Me seguía la voz:”
-¡Pobre pecadora¡ ¡Dios te ama¡-
“ Al fin me atrevía a mirar a Dios y clamé a El:
-Dios mío, si me amas, creeré tu Palabra; confiaré en tu amor; me abandonaré a tu amor”.

Entonces las mundanalidades desaparecieron de esta preciosa alma; perdieron sus encantos; las vanidades de la vida en que vivía, pasaron como un sueño; y siguió ella, una señora completamente nueva, habiendo nacido otra vez de la semilla incorruptible como nos lo describe su Palabra:

«Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros».
Romanos 5:8

Fuente: Fuego de Pentecostés Nº165.