Una súplica desesperada

Cierta noche, un hombre bien vestido fue a ver a un creyente muy conocido. Con voz suplicante le pidió:»¡Sálveme!». COmo su padre había sido un bebedor empedernid, él mismo tenía aversión al alcohol. Pedía socorro porque dos o tres veces por año le sobrevenía la necesidad de beber; entonces debía emborracharse. Después sentía una profunda vergüenza.
Pero simplemente debía hacerlo.

El creyente le preguntó:»¿Cómo puedo salvarlo, si usted mismo no lo puede hacer? Las cadenas del diablo son demasiado fuertes como para que yo las rompa. Su visitante se desplomó en el sillón y dijo:»Sí, fue la respuesta».

Deberíamos buscar a Alguien más fuerte que Satanás:»¿Y dónde puede encontrarse alguien así?, preguntó el desdichado. El creyente sólo pronunció un nombre:¡Jesús! Luego invitó al hombre a arrodillarse y suplicó al Señor Jesús que lo salvase por medio de la sangre vertida para la expiación de los pecados, y que lo librase de su adicción.

Desde ese día Satanás perdió su dominio sobre aquel hombre, quien aún tuvo fieras luchas y derrotas que le provocaban más vergüenza que antes, pero la adicción estaba vencida.
El hombre sabía que corría peligro y que sin el Señor Jesús estaría nuevamente derrotado. Por eso debía entregarse en sus manos cada día. Y así lo hizo.

Querido lector, ¿existen cadenas que le impiden acercarse a Dios? ¡Acepte a Jesús como Salvador para que Él las quiebre!

www.poderypaz.com