El misionero se estaba esforzando en hacer comprender a los míseros nativos de aquella aldea africana, como el poder de la sangre de Jesús basta para limpiarnos de todos nuestros pecados, sin adición de dogmas ni ceremonialismos.
Al fin, una mujer se acercó a él, y con pena le confesó: «Señor, pero mis pecados son tantos como la arena en la ribera del mar. ¿Puede Jesús borrarlos todos?».
El misionero contestó: «Id, pues a la orilla del mar , y levantad un montón de granitos de arena. Luego sentaos ahí y esperad. Veréis lo que sucede».
La mujer quedó pensando un instante y por fin exclamó:
«¡Ya lo veo! ¡ya lo veo! Como la mar se llevaría todo el montón , así también la sangre de Jesús me lava de todo pecado».
Tomado de El Faro.