Un comerciante pudiente fue herido de gravedad en un accidente ferroviario. Su mujer, su hijo y un creyente estaban al lado de su cama. Al sentir que la muerte se acercaba, el moribundo dijo a su esposa: –Las cuentas de nuestra empresa están en orden, las facturas pagadas. No tendrás problemas; la contabilidad ha sido llevada excelente.
A su hijo le dijo: –Heredas un negocio sin deudas, el cual ha sido llevado honrosa y correctamente. Es de gran renombre. Sigue conduciéndolo así.
Luego miró al creyente y le dijo: –Mis asuntos terrenales están en orden. Pero para el más allá, no puedo presentar ningún libro. Entonces el creyente tomó la Biblia y dijo: –Este libro nos muestra cómo debemos conducirnos en esta vida y prepararnos para la muerte. Así tuvo la oportunidad de indicar al moribundo el plan de la salvación y ayudarle a aceptar al Señor Jesús como Salvador.
Humanamente hablando, este comerciante había sido correcto. Había atendido a su familia y llevado honestamente su negocio, pero había descuidado lo más importante: su relación con Dios. Ésta no quedó arreglada hasta el último momento. ¿Qué habría ocurrido si hubiese muerto en el accidente? Su vida intachable no le habría servido de nada. Habría estado perdido por la eternidad.
Quien deja esta vida sin aceptar a Jesucristo como su Salvador personal, sin reconciliarse con Dios, sufrirá su castigo.
Fuente: Devocionales Cristianos.