Un pequeño hacendado, bastante aburrido con una zorra que solía invadir su gallinero para robar sus aves, consiguió, después de un cierto tiempo, capturarla. Llevado por el grande odio y deseo de venganza, amarró una cuerda encharcada con aceite en su cola y prendió fuego. Saliendo en disparada, la raposa acabo yendo en dirección al campo de trigo del hacendado. Era tiempo de cosecha y toda la plantación fue destruida. Solo le quedo al hombre el lamento por la perdida
que su acto causo.
Cuando actuamos movidos por el odio y sin el dominio que es característico de aquellos que caminan con Dios, estamos sujetos a experimentar, en corto tiempo, las consecuencias de nuestros actos.
Generalmente somos alcanzados de aquellos que son el objetivo de nuestra venganza.
Mientras el amor practicado producen regocijo y paz para nuestra alma, el odio nos envuelve con malhumor, inquietud y aislamiento. Aquellos que guardan sentimientos mezquinos en el corazón no consiguen hacer amistades y no saben lo que es ser feliz.
El cristiano jamás debe intentar vengarse de quien le perjudica, por mayor que sea el daño causado en contra de él. El perdón es la mejor solución y el camino que Cristo nos ha enseñado.
Que sepamos colocar todos los malos pensamientos y deseos de venganza delante del altar del Señor, pidiendo a Él que los quite de nuestras mentes y no permita que regresen a nuestros corazones.
Fuente: Devocionales cristianos