María Aparecida y Raúl llegaron un día a mi escritorio, con el hogar al borde del colapso. ¿Dónde estaban los sueños que un día los llevaron al altar? ¿Qué sucedió en apenas cinco años de matrimonio?
-Fueron apenas seis meses de felicidad, pastor -dijo ella llorando-. Después todo fue agresión y angustia, que hoy se está transformando en desprecio e indiferencia.
Estamos viviendo en tiempos críticos para la familia. Los novios llegan al casamiento llevando debajo de la manga la posibilidad del divorcio si las cosas no salen bien. Cada día se acepta con más naturalidad la separación de un matrimonio.
Lo interesante es saber que todos los matrimonios llegan al altar queriendo ser felices y amándose mucho. ¿Por qué, entonces, fracasan los hogares? Está probado por la propia vida que para ser feliz en el casamiento no basta simplemente con querer ser feliz, ni amar mucho al cónyuge, porque si fuese así, la gran mayoría de los casamientos sería un éxito.
¿Qué es lo que está faltando, entonces? “Vivid la vida común del hogar sabiamente”, dice Pedro. La sabiduría y el equilibrio son dones que sólo Cristo puede dar. Para que un matrimonio dure toda la vida es necesario que sea construido sobre bases sólidas, y no apenas sobre sentimientos y buenas intenciones humanas.
El marido necesita ir cada día a los pies de Jesús y deponer ante él su intransigencia, su radicalismo, su autoritarismo. Necesita decir: “Señor, habita en mí por la presencia de tu Santo Espíritu y transforma mi carácter. Ayúdame a considerar a mi esposa como a ‘vaso más frágil’, y enséñame a tratarla con respeto y dignidad”.
Jesús, que ve y comprende todo, sin duda irá puliendo las aristas de nuestro carácter y nos enseñará a vivir la esencia del evangelio en la “vida común del hogar”.
Ese día Raúl me contó que hacía mucho que no se encontraba con Dios. La vida era tan agitada y llena de actividades que no le quedaba tiempo para estar a solas con Dios. Estaba prosperando financieramente, pero su hogar se caía a pedazos. Juntos llegamos a la conclusión de que valía la pena esforzarse por separar cada día un tiempo para Jesús. Tengo la certeza de que él está aprendiendo en la escuela de Cristo, porque un día los vi de nuevo en la iglesia tomados de la mano.
Ese maravilloso Jesús que está poniendo equilibrio en ese hogar, esta mañana está dispuesto a entrar en el tuyo y colocar cada cosa en su lugar. Sólo debes decirle: “¡Señor, acepto!”