La fe de un niño

La pequeña Tania, de seis años de edad, y su papá eran los únicos que seguían despiertos en el automóvil mientras iban de vuelta a casa después de un viaje de campamento familiar. Mientras miraba la luna llena a través de la ventana del vehículo, la niña preguntó: «Papá, ¿crees que yo podría tocar la luna si me levanto?»

«No, no lo creo», sonrió él.
«¿Puedes tú alcanzarla?»
«No, no creo que tampoco pueda hacerlo».

Tania estuvo callada por un momento, luego dijo confiadamente. «Papi, ¿y si me cargas sobre tus hombros?»

¿Fe? Sí, la fe como la de un niño en que los papás pueden hacer cualquier cosa. Pero la verdadera fe tiene la promesa escrita de Dios como su fundamento. En Hebreos 11:1 leemos. «Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve». Jesús habló mucho sobre la fe, y a lo largo de todos los evangelios leemos acerca de Su respuesta a aquellos que mostraron una gran fe.

Cuando unos hombres trajeron a su amigo paralítico a Jesús, Él vio «la fe de ellos», le perdonó al hombre sus pecados y le sanó (Mateo 9:2-6). Cuando el centurión le pidió a Jesús, «di la palabra, y mi criado sanará» (8:8), Jesús «se maravilló» y dijo, «de cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe» (8:10).

Cuando tenemos fe en Dios, nos damos cuenta de que todo es posible (Lucas 18:27).

Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios.
Lucas 18:27