¿Qué pensaría usted si yo le dijera que puede vivir sin temor? ¿Me creería si le dijera que a pesar de lo que vea en las noticias esta noche, usted podría estar perfectamente en paz? ¿Imposible? ¿Ficticio? ¡No!
El temor no es sólo una reacción a las circunstancias externas, es también una fuerza espiritual. Empieza en su interior, y es muy destructivo.
Un ejemplo excelente de esto lo encontramos en Mateo 14, cuando Jesús invitó a Pedro a que se acercara a Él sobre el agua. «Pero al ver [Pedro] el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame!» (versículo 30).
¿Qué le dio a Pedro la confianza para caminar sobre el agua? Su fe en la Palabra de Jesús. ¿Qué provocó que Pedro empezara a hundirse? Él sintió el fuerte viento y se llenó de temor. No fue el viento que lo venció, sino el temor a éste. Él miró las circunstancias, cedió al temor y el resultado fue la derrota. Si Pedro hubiera mantenido su mirada en Jesús, su fe nunca habría titubeado. Todo el bramido y el violento viento del mundo no le hubiera sacado del curso.
La fe crece cuando meditamos en la Palabra de Dios. El temor crece cuando meditamos en las mentiras de Satanás. Dicha meditación se llama “preocupación”. ¡No lo haga!
La Palabra de Dios es la espada del Espíritu. Úsela para pelear contra la maldad venga en contra suya. Levante su escudo de fe y apague todos los dardos de fuego del maligno. Hable palabras de fe y el temor se irá.