En el tiempo de Mario el perseguidor, llegó uno de sus agentes a la casa de una mujer cristiana que había ocultado a uno de los siervos de Cristo, y le preguntó: –¿En dónde está ese hereje?.
La mujer cristiana dijo: Abra aquella petaca y verá usted al hereje. El perseguidor abrió la petaca y sobre la ropa vio un espejo. –¡No hay aquí ningún hereje! –respondió encolerizado. –Ah –le dijo ella–, ¡observe usted el espejo y verá allí al hereje!.
Cuando tomamos nosotros el espejo de la Palabra de Dios, puede ser que en lugar de ver a otros que hayan desobedecido las leyes divinas, veamos a nosotros mismos culpables de no haber puesto atención a las enseñanzas de nuestro Señor.
Fuente: Ministros.