Un indígena centroamericano había hallado la paz en Dios. Había cambiado radicalmente, de una vida de depravación, borracheras e infidelidad, a uan vida de verdadera satisfacción y paz.
No le importaba donde estuviera ni quien estuviera viéndolo o escuchándolo. A todos les daba el testimonio de su conversión. Un día un amigo suyo le preguntó:
– Churunel, ¿por qué hablas tanto de Cristo?
Churunel no respondió de inmediato, sino que comenzó a recoger palitos y hojas secas que fue colocando uno sobre otro en un círculo. Entonces buscó hasta hallar un gusanito, y lo puso en el centro del círculo. Todavía sin decir nada, encendió un fósforo y lo acercó a las hojas y a los palitos secos.
El fuego dio la vuelta al combustible seco, y el gusanito atrapado comenzó a buscar locamente como salir, pero no podía. Por fin el fuego avanzó hacia el centro, y el calor se fue acercando al gusano. Éste, desesperado, levantó en alto la cabeza como para respirar. El gusanito sabía que su único refugio tendría que venir de arriba.
Al verlo así, Churunel se inclinó y le extendió sus dedos. El gusano se asió de ellos y el indígena sacó al gusano de en medio del fuego. Fue hasta entonces que emitió su primera palabra:
«Esto-explicó Churunel- es lo que Cristo hizo por mí. Yo estaba atrapado en los vicios del pecado, y no había esperanza de salida. Había tratado por todos los medios posibles, de salvarme a mí mismo, pero me era imposible.
Entonces el Señor se inclinó hacia mi y me extendió su mano. Lo único que tuve que hacer fue asirme de Él. Cristo me sacó de esa prisión; por eso no puedo dejar de contarles a todos lo que Él hizo por mí».
Querido amigo, todos de una u otra forma estamos atrapado y el tiempo se acaba. Mire hacia arriba, pon tu fe en el Señor Jesús y viva una vida nueva en la mano del Señor.
Tomado de El Mensajero