Hubo una época en mi vida en la que solía viajar con cierta regularidad. Aprovechaba los viajes de capacitación de mi esposo para, ni corta ni perezosa, unírmele y aprovechar la salidita.
Cada vez que mi esposo salía a algún lugar –al que yo no pudiera acompañarle, le incluía una notita de aprecio y de ánimo. En cierta ocasión, se la escondí en un zapato. Al día siguiente, al calzarse el mismo, él notó que aquel zapato no se sentía igual que el otro, por lo que, en medio de la reunión en que se encontraba, se quitó el zapato y, discretamente, se fijó en el interior del mismo.
Al hallar el papelito, lo sacó y, al leer su contenido, no pudo ocultar una sonrisa y el sentirse especial el resto del día.
Esta práctica de dejarnos notas se volvió común en nuestra familia. En una ocasión en la que viajábamos mi esposo y yo, les escribimos sendas notitas a nuestros dos hijos diciéndoles que les amábamos y que esperábamos que se comportaran bien con su abuela, quien quedaba encargada de ellos durante nuestro viaje.
La mañana que salimos de viaje, colocamos las notitas en sus mesitas de noche, junto a sus camas, mientras aun dormían. Al mayor de los dos (de 10 años), le escribimos “Hijo de mi alma”, mientras que al menor (de tan sólo 7), “Hijo de mi vida”.
Estábamos convencidos de que no habíamos discriminado en contra de ninguno y que ambos comprenderían que les amábamos por igual.
Cual fue nuestra sorpresa cuando, al volver del viaje, el más pequeño de los dos, se me acercó en privado, y muy serio, para reclamarme. Me preguntó por qué me había referido a él como “Hijo de mi vida”.
El habría querido que me hubiese referido a él como “Hijo de mi alma”. Un tanto asombrada por la inquietud del pequeñín, le pregunté por qué creía que había alguna diferencia entre ambas frases.
El contestó: “Mamá, acaso no ves que la vida se acaba y el alma no”.
Este niño tenía mucha razón. La Vida es corta, el alma es eterna. Es por eso que la Biblia nos exhorta a no gastar más inversión en la vida natural que el alma. Ya que el alma es eterna, lo demás se acaba. Hoy es un buen día para invertir en el alma.
Oh alma mía, dijiste al Señor : Tú eres mi Señor; No hay para mí bien fuera de ti. Salmo 16:2.
Para librar sus almas de la muerte, Y para darles vida en tiempo de hambre. Salmo 33:19.
Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma? Mateo 16:26.
Fuente: Renuevo de Plenitud